RELATOS QUE NO TE ESCRIBO, de Belén Sáenz



Pasan muchos días ya, querido amigo, sin escribirte. No encuentro manera de despedirme y eso me consuela en cierto modo. Sabiendo que tu ausencia es verdad, aunque no haya pasado, empiezo mil y un cuentos que se quedan a medias. Cómo quisiera que les pusieras tú una apostilla. En uno de ellos eres un mercader de ánforas en Talavera de la Reina, de esas que tienen escrita la leyenda «Viva mi dueño», y ocultas manuscritos en sus vientres de barro. De ellas estuvimos hablando la última vez que nos vimos. De esa ocasión se me saltan los recuerdos a otros más amables, cuando nos conocimos; fuiste la primera persona que me acogió en mi estreno Enteciano. También te he convertido en Don Quijote en su tercera salida, y en otra intentona eras Sancho en busca de su Barataria. He procurado convencer a Benigno y a Justina para que me protagonicen algo que te pudiera gustar, pero están mayores y muy tristes. Desolados como el árbol de los suaves Montes de Toledo, como tus hermanos de letras. He perseguido historias en un mapa de Vallecas, he buscado en los escaparates de Carnavales peinetas que me hagan crecer algunos centímetros. Nada me funciona, Javier. Me he quedado parada y muda como una estatua de bronce que espera que alguien le lea tus relatos, que despiertes de tu feliz siesta de siglos.

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