Un día te dije, Javier, que me había dicho Don Ramón María que desde ese
banco de la Alameda de Santiago también se veían los Montes de Toledo, que te
dejaba un hueco para cuando quisieras ir a leerle algún micro. Me
contestaste que algún día pasarías a aprender de él y que los Montes de Toledo
eran cada día más visibles. Y me diste besos de lince.
Nunca me habían dado besos de lince,
nunca podré volver a pasar por ese banco sin acordarme de ti. Y nunca podré
volver a escuchar la palabra atocha sin pensar en el esparto y en todo lo que
aprendí de ti, compañero. Gracias.
Comentarios
Publicar un comentario